LA SOCIEDAD URUGUAYA EN LOS AÑOS 50 Y 60

EL EMPLEO
            Hasta mediados de los años cincuenta se mantuvo el crecimiento del sector industrial, protegido por la política económica neobatllista  (aranceles a las importaciones, exoneraciones impositivas a las industrias establecidas en el país, etc). Los frigoríficos, las curtiembres, las textiles y el calzado fueron algunas de las industrias que requerían más personal; también la construcción a partir de la ley de propiedad horizontal que impulsó la construcción de edificios de apartamentos. Los sindicatos habían ido creciendo en número y en cantidad de afiliados, logrando beneficios salariales y sociales (derecho a vacaciones pagas, asignaciones familiares, seguro de desempleo entre otros).
            También aumentó el personal en la actividad comercial. Montevideo, con su gran cantidad de tiendas, boutiques, bazares, joyerías y otros establecimientos comerciales tenía un importante número de empleados de comercio, a lo que hay que sumar los almacenes, barracas, etc. El horario de trabajo de estos comercios era de 8 horas, como lo establecía la ley, y se dividía en dos turnos: 4 horas por la mañana y 4 por la tarde, con un descanso en el medio para que los empleados fueran a su casa a almorzar. Como generalmente vivían lejos del lugar del trabajo, tomaban ómnibus y como todos salían y volvían al trabajo a la misma hora, las paradas estaban llenas y se demora mucho en conseguir ómnibus. Debido a las inundaciones de 1959, que obligaron al cierre de la represa de Rincón del Bonete, el gobierno decidió ahorrar energía eléctrica y se estableció el horario de continuo en los locales comerciales. Lo que en principio era provisorio se convirtió luego en definitivo.- Para los empleados de comercio el nuevo horario significó cambiar sus hábitos alimenticios: la jornada continua de 8 horas obligaba a tomar un buen desayuno, un almuerzo liviano en el lugar de trabajo y una cena abundante antes de lo acostumbrado.
            Los empleados de comercio tenían mayores problemas laborales que los obreros de las fábricas. En cada comercio había pocos empleados y estaba supervisados directamente por sus patrones lo que dificultaba su organización sindical. Sometidos a mayor vigilancia, su situación era más inestable y las exigencias sobre su rendimiento mayores.
            También había crecido, y mucho, el número de funcionarios del estado. El aumento de funcionarios se debió en parte al aumento de funciones que el estado desempeñaba, pero la principal causa de ese aumento fue el clientelismo político: el cambio de empleos públicos por votos que practicaban los políticos. El empleo público era el objetivo de muchos, no porque se pagaran buenos sueldos, sino porque daba seguridad de no perder nunca el empleo. Además, el horario reducido de las oficinas públicas permitía un mayor descanso o tener otro trabajo. El escritor Mario Benedetti se refería críticamente a esa situación al decir “El Uruguay es la única oficina del mundo que ha alcanzado la categoría de República...El Uruguay es un país de oficinistas....El empleo público es una especie de ideal nacional, ya que combina la máxima seguridad con el mínimo de horario.”
            Dentro de los empleos privados, el de empleado de banco era de los más codiciados: recibían un buen salario que se actualizaba con el aumento del costo de vida, tenían horarios cortos de trabajo, obtenían préstamos para vivienda y poseían un régimen jubilatorio muy beneficioso.
En los años 50 y 60 las mujeres se incorporaron masivamente al trabajo, sobretodo en el sector terciario, aunque las mujeres de las clases bajas van a ingresar a las fábricas, donde, generalmente, trabajaban sus padres o maridos. Para preparar a la mano de obra femenina se crearon cursos en UTU, por ejemplo las Escuelas de Comercio e Industrias Femeninas. También había mujeres que estudiaban una profesión, siendo las preferidas la docencia y enfermería.
Como las mujeres trabajadoras no dejaron de hacer las tareas en su hogar, y muchas veces seguían trabajando después de tener hijos, se originaron tensiones en su vida privada porque debía articular el trabajo fuera de su casa con las tareas domésticas y la maternidad. Si bien algunas novedades como los alimentos preparados y envasados, los electrodomésticos y las “baby-sytter”, podían facilitar sus tareas, sólo las mujeres de los sectores con mayores ingresos económicos podían beneficiarse de ellas.
En estos años hay un considerable aumento de sindicatos. La creación de los Consejos Salarios en 1943, que le daba a los obreros la posibilidad de negociar con sus patrones su sueldo, los obligaba a organizarse para que el sindicato los representara en esa negociación. Un fenómeno nuevo fue la creación de sindicatos de funcionarios públicos: los empleados del Frigorífico Nacional crearon su sindicato en 1940, los de UTE en 1944, los de ANCAP en 1951 y luego siguieron los demás funcionarios.
A medida que la crisis económica iniciada a mediados de los cincuenta se hizo sentir con más fuerza y los trabajadores vieron que su salario real disminuía (los aumentos salariales quedaban detrás del aumento de los precios), la actividad gremial creció. Los empleados públicos sindicalizados junto con los obreros de las fábricas y los bancarios protagonizaron huelgas y manifestaciones. Las formas de lucha fueron, además de las huelgas, el trabajo a desgano y las ocupaciones de los lugares de trabajo.
En los años sesenta la lucha no sólo fue por salarios sino para mantener los puestos de trabajo ya que muchas fábricas comenzaron a cerrar o a reducir personal. A las movilizaciones de los trabajadores urbanos se sumaron los trabajadores rurales, como los que trabajaban en los tambos y en las plantaciones de arroz y, fundamentalmente, los cañeros de Artigas que realizaron varias marchas hacia Montevideo para hacer sentir sus reclamos.
El cierre de fábricas, la suba de precios, las medidas represivas del gobierno, empujaron a los obreros a buscar la unificación sindica como medio para aumentar sus fuerzas y luchar por los mismos objetivos. En 1964, tras varios intentos fracasados, los sindicatos lograron formar una central única que los uniera: la Convención Nacional de Trabajadores (CNT).

 

LA VIVIENDA

            En los años cincuenta y sesenta aumentó el éxodo del campo hacia la ciudad: entre 1951 y 1966 la población rural disminuyó un 28%. La mayoría de esos migrantes terminaban estableciéndose en Montevideo. Por eso la vivienda se convirtió en un problema para los montevideanos ya que la cantidad no era suficiente y el costo de los alquileres era alto.
Otro factor influía en la insuficiencia de viviendas. A diferencia de lo que acontecía a comienzos del siglo XX, en la segunda mitad del siglo las familias habían disminuido el número de integrantes. Era común que sólo padres e hijos compartieran el hogar, a diferencia de años anteriores donde se daba la “familia extendida”. Ahora los abuelos vivían aparte, por lo tanto había más demanda de viviendas.
Si bien en los años cincuenta la construcción creció hasta alcanzar la cifra de 23.000 viviendas por año en 1959, la crisis económica disminuyó esos números en los años sesenta. En 1973 un informe señalaba que serían necesarias unas 120.000 viviendas más en todo el país, la mitad de ellas en Montevideo.
Las familias de más bajos ingresos se vieron obligadas a vivir en lugares inadecuados y ruinosos. En la Ciudad Vieja se formaron casas de inquilinato, conocidas como “pensiones”, donde las familias se hacinaban en malas condiciones de salubridad. Una comisión investigadora de la Junta de Montevideo informaba que la mayoría de esas casas tenían más de 50 años, no recibían mantenimiento, eran húmedas e llenas de cucarachas y ratas.
El régimen de propiedad horizontal rigió las nuevas construcciones de los años cincuenta en adelante; esta ley permitía el fraccionamiento de la propiedad, por lo cual se podían vender por pisos o apartamentos. La ley dio la posibilidad de que en zonas de gran demanda y de alto valor de la tierra, como era el caso de Pocitos, se construyeran edificios de apartamentos para su venta. La construcción de edificios de apartamentos redujo los costos por vivienda, haciéndola más accesible, especialmente a las clases medias.
            Pero igual eran más los arrendatarios que los propietarios y alquilar una vivienda era una necesidad urgente e insatisfecha para sectores populares y de clase media. Y tanto propietarios que alquilaban como los arrendatarios, tenían motivos para quejarse. A principios de los años 50 si alguien se disponía a alquilar se encontraba con que los precios de los alquileres se habían cuadriplicado. En 1956 una vivienda modesta con dos dormitorios costaba 150 pesos por mes, mientras que el sueldo promedio de un empleado de comercio era de 300 pesos, es decir que la mitad del ingreso lo debí destinar al alquiler.
            Los propietarios se quejaban de los alquileres “congelados”; se trataba de alquileres cuyos contratos se habían hecho hacía mucho tiempo y había leyes que impedían su aumento. Desde 1943 las leyes en materia de arrendamientos protegían al inquilino de los abusos de los propietarios e impedían el aumento del alquiler. La ley también amparaba al inquilino desalojado si este se inscribía en el registro de INVE (Instituto Nacional de Vivienda Económica) esperando recibir una vivienda. La inscripción detenía el desalojo hasta que el inquilino obtuviera una vivienda. Además el gobierno intervino en varias ocasiones mediante leyes que suspendían los desalojos, generando descontento en los propietarios.
            La situación cambió en 1964 cuando se aprobó un a ley que permitía desalojar al arrendatario por parte del propietario si este reclamaba la vivienda para su propio uso o de un familiar. Gran cantidad de inmobiliarias compraron a precios muy bajos edificios de apartamento ocupados por inquilinos con alquileres congelados y pusieron a la venta esos apartamentos. Quienes los compraban, a precios relativamente bajos, tenían la seguridad de desalojar a los inquilinos.
            Una situación nueva que se agregó en los años 50 y 60 fue la aparición de los “cantegriles”. Se trataba de barrios formados por viviendas construidas con material de deshecho. Las viviendas precarias no eran novedad en el Uruguay porque se daban en el campo donde se habían formado los “rancheríos” o “pueblos de ratas” desde fines del siglo XIX. Lo novedoso era ver como estas construcciones precarias, de lata y cartón, emergían en los alrededores de Montevideo. Era la identificación en el espacio de una segregación social y cultural. El primer cantegril se levantó en 1948 en el cruce de la Avenida Aparicio saravia y la calle Enrique Castro y sus habitantes le llamaron cantegril en alusión al distinguido barrio que en ese momento se estaba construyendo en Punta del Este.
            Un artículo periodístico, del año 1953, describe la visita a uno de estos cantegriles: “En el Barrio de La Mugre y dentro del predio de la cantera los más hábiles han levantado (con latas de aceite, con bidones y tablas viejas) casillas de una pieza, a pocos metros del basurero. Cincuenta o sesenta hombres dedicados casi exclusivamente a la búsqueda y venta de papeles y trapos viejos, viven allí con sus mujeres y sus hijos. Algunos son extranjeros; la mayoría, sin embargo, procede del interior; es gente llegada a Montevideo a trabajar en industrias de zafra y luego despedida, paisanos jubilados del ejército, algún tropero que no pudo trabajar más...
            Un cálculo establece en 180 personas a la población de este basural, incluyendo a más de 50 niños en edad escolar... que no van a la escuela, pero, en cambio, son expertos clasificadores de deshechos. Un niño de siete años del Barrio de la Mugre sabe que nunca debe dejar pan húmedo entre los papeles porque la descomposición y otros factores hacen que se prendas fuego, y también pueden diferenciar tres clases de hojalata y cinco clases de tejidos. Sus juguetes son cubiertas viejas de automóvil y carritos de latas de aceite. A mediodía, y para no perder el puesto en algún montón de basura recién llegado, la familia almuerza entre los desperdicios la comida que la madre trajo de la casilla”.
            Ante esta situación se plantearon soluciones que no siempre dieron resultado. La Intendencia de Montevideo promovió la construcción de viviendas de pequeñas dimensiones en barrios ya dotados de servicios como agua, luz, gas, saneamiento y transporte público. También se creó un plan para la creación de viviendas de emergencia que sirvieran como solución provisoria. Se trataba de construcciones precarias de bloques y chapa que resultaron tan insalubres como los cantegriles.
            En 1962 el Poder Ejecutivo encargó a INVE y al Banco Hipotecario la elaboración de un Plan Nacional de Viviendas, que luego de muchas discusiones fue aprobado por el Parlamento en 1966. Este plan además de dar solución a la falta de viviendas buscaba impulsar la industria de la construcción que estaba en crisis. Se promovía la edificación de conjuntos habitacionales a cargo del sector público y del privado y también  través de un novedoso sistema de cooperativas. Estas podían ser de ahorro y préstamo, que implicaba una etapa previa de ahorro, o de ayuda mutua, para los más pobres, donde el aporte de los futuros propietarios fuera la mano de obra. Amparados en esta ley se crearon muchas cooperativas de trabajadores para construir viviendas por el sistema de ayuda mutua y en 1970 se creó la Federación Uruguaya de Cooperativas de Ayuda Mutua (FUCVAM).
            También se crearon, por parte de empresas privadas, grandes complejos habitacionales como el Parque Posadas o Euskalerría. Estos complejos agrupaban a varios edificios (Parque Posadas  tenía sesenta torres) alejados del centro de la ciudad.

            EL CONSUMO Y EL CONFORT DOMÉSTICO
            En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial las empresas y los gobiernos de los países capitalistas desarrollados impulsaron el consumo para mantener funcionando sus economías. Además, la población que había sufrido las privaciones y penurias de los años de guerra, quería compensar aquellos años de austeridad rodeándose de objetos que hicieran más cómoda y agradable su vida. Por otra parte el desarrollo tecnológico permitió crear productos y materiales nuevos, como los plásticos y las fibras sintéticas, que hicieron posible disponer de una infinidad de objetos novedosos, coloridos y atrayentes. La conjunción del interés de las empresas de crear demanda, con la necesidad de una vida más placentera y el desarrollo científico-técnico, creó el confort hogareño.
            Uruguay no estuvo ajeno a estos cambios. En el Uruguay de los años 50 fueron sobre todo las clases medias las que adoptaron la idea del confort. El crecimiento económico que vivió el país hasta mediados de los 50, la industrialización acelerada y la difusión de la publicidad, impulsó a muchas familias a imitar el consumo de la sociedad estadounidense. Las casas que mostraban las películas de Hollywood, con sus amplias cocinas llenas de electrodomésticos, sus livings con cómodos sofás y sus barcitos cargados de bebidas, fueron el sueño de muchas amas de casa.
            En ese mismo momento se instalaba en Uruguay la imagen de la “mujer moderna”, con largas horas fuera del hogar (como trabajadora, estudiante o profesional), que no tenía tiempo para barrer, lavar, planchar y cocinar. La cocina dejó de ser un espacio oscuro y pequeño en el fondo de las viviendas para convertirse en un espacio amplio, luminoso y colorido. El uso de nuevos materiales como la melamina, la cármica y el vinilo, permitieron mesas, manteles, cortinas y utensilios coloridos y baratos.
            Era necesario que la vivienda estuviera equipada con electrodomésticos que le permitieran ahorrar tiempo. Los electrodomésticos eran un símbolo de la modernidad y daban estatus social. Refrigeradores, cocinas a gas o eléctricas, lavarropas, termofones dejaron de ser exclusividad de la clase alta y se extendieron en las clases medias, que los podía comprar mediante el ahorro o en cuotas. Las tarjetas de crédito recién se utilizaron en Uruguay en los años 70. Además se fueron agregando nuevos elementos que comenzaron a considerarse indispensables como licuadoras, exprimidores, batidoras, tostadoras, secadores de pelo, etc. Los cambios en los materiales también se apreciaban en los cubiertos de acero inoxidable (ya no de alpaca o plata), en las fuentes de melamina o vidrio blanco que podía someterse al calor (era famosa la marca “Pirex”) y en las ollas de aluminio. En los años 60 se produce una verdadera invasión del plástico. Perchas, embudos, coladores, escurridores, baldes, canastos, paneras, regaderas, papeleras y muchos artículos más eran de plástico, más baratos, livianos y de colores.
            Para ayudar a las amas de casa en su tarea, las planchas eléctricas se hicieron más livianas, con mango anatómico y diseño aerodinámico. Aunque la tarea de planchado disminuyó con la difusión de telas que no necesitaban plancharse, como las túnicas “Acrocel” o las camisas “Lavilisto”.
            En los dormitorios también se buscó el confort y muebles más pequeños y funcionales. Los roperos comenzaron a ser sustituidos por los placares hechos a medida y con las reparticiones necesarias para guardar la ropa en forma separada y ordenada. Las camas (y los demás muebles) adoptaron líneas más simples, el llamado “estilo americano”, que los hacía más fáciles de ubicar y de limpiar, además de dar una imagen más moderna. Para ahorrar espacio se usaron los sofás-cama que permitían darle una función durante el día y otra en la noche, sobretodo si no había un dormitorio para los hijos.
            No todos tuvieron acceso a las comodidades y electrodomésticos. Los sectores populares y la clase media baja siguió usando el “primus” y las cocinas “Volcán” a kerosene, y las duchas tenían calentadores de alcohol en lugar de termofones. Y seguían usándose los muebles heredados de otras generaciones, a veces demasiado grandes para los nuevos apartamentos o las viviendas modestas.

            LA FAMILIA

            La familia patriarcal y extendida, en la que convivían varias generaciones en la misma casa, fue sustituida por la familia nuclear formada por el matrimonio y sus hijos, estos muy pocos.

            La familia fue delegando funciones como el cuidado de los ancianos y enfermos que pasaron a instituciones privadas o al estado. Había un envejecimiento en la población debido a la disminución de la natalidad y al aumento del promedio de vida. En 1908 la esperanza de vida era de 50 años y de acuerdo al censo de 1963 había ascendido a 69 años. Los ancianos en 1908 eran el 2,5% de toda la población, mientras que en 1963 eran el 7,6%. El envejecimiento de la población generaba varios problemas: a) un mayor gasto en jubilaciones mientras disminuía la población activa que aportaba a las cajas de jubilaciones, lo que podía desfinanciar a estas. b) la necesidad de ubicar en lugares adecuados a la población anciana, sobretodo cuando se convertían en una “carga” para la familia.
            En 1970 el presidente de la Sociedad de Sicología del Uruguay consideraba que el país debía tomar conciencia de que tenía una población vieja descuidada. “La imagen de los ancianos de este país, aislados, solos, abandonados en tristes ‘hogares’ contrasta visiblemente con la vejez de los países desarrollados más alegre e integrada a la vida social”.
            La cantidad de matrimonios se mantuvo alta y aumentó el número de divorcios. En 1950 la cantidad de matrimonios fue de 19.117 mientras que los divorcios eran 1.367. Veinte años después, en 1970, los matrimonios ascendían a 23.668, mientras que los divorcios eran 4.018.Las personas divorciadas, especialmente las mujeres, ya no eran estigmatizadas por la sociedad y se veía como algo normal la disolución matrimonial.
            Como venía pasando en los países desarrollados, también llegó a Uruguay “la revolución sexual”. El uso de la pastillas anticonceptivas, la aceptación de relaciones sexuales pre-matrimoniales y la mayor libertad dada a los jóvenes de ambos sexos, permitieron una sexualidad más activa y libre de prejuicios, al menos en ciertos sectores sociales de Montevideo. Si bien no existían cursos formales de educación sexual, se difundieron, a través de libros y revistas, conocimientos para hacer más placenteras las relaciones. El sexo se veía como una fuente de placer y no sólo como medio para la reproducción. La disminución o la eliminación de la censura en las películas, permitió ver todo lo sexual como algo normal y no pecaminoso.
            El embarazo fue motivo de mayores cuidados y se procuró que el parto fuera sin dolor, preparando psíquicamente a la madre. También se aumentaron los cuidados médicos del recién nacido. La incorporación de la mujer al trabajo acortó el periodo de amamantamiento, generalizándose el uso de leches en polvo que sustituían la leche materna. El incentivo al consumo tampoco faltó en los productos para los bebes, desarrollándose cantidad de nuevos elementos como ropas especiales, cunas, andadores, sillas, diversos tipos de biberones, alimentos especiales, etc.
            También hubo cambios en el trato dado a los niños, especialmente a partir de los años sesenta. La divulgación de los conocimientos de sicología entre los padres motivó a que estos no vieran a sus hijos como “adultos en miniatura”, sino como niños que tenían su propia problemática. Se popularizó la idea de que el futuro personal del niño dependía de la relación con sus padres en los primeros años de vida y de la educación que recibiera. En la educación se le dio más libertad y se fomentó la iniciativa y la creatividad, utilizando el juego como herramienta para el aprendizaje. Las nuevas teorías sicológicas insistían en eliminar el autoritarismo de los padres y de los maestros.
            Un elemento nuevo que incidió en la familia y en la relación entre padres e hijos fue la televisión. En la medida que el televisor se convirtió en algo cotidiano, pasó a regir muchas de las pautas culturales de la familia. Había menos oportunidades para hablar porque había que mirar la tele, los niños tenían nuevos modelos a seguir a través de los personajes de las seriales o películas y fueron incentivados a consumir desde pequeños. Algunos padres veían estos peligros del televisor y trataban de que sus hijos no permanecieran mucho tiempo frente a él. Otros en cambio veían como positivo tener a sus hijos entretenidos y “sin molestar”.

 

            LA MUJER
            La mujer seguía siendo “la reina del hogar”, frágil, dependiente, hacendosa, buena esposa y madre, formada en la disciplina y el ahorro, como se le enseñaba desde la niñez en su casa y en la escuela. A través de los medios de comunicación se exaltaba el día de la madre, que además de tener un motivo comercial (aumentar las ventas) también tenía el objetivo de reforzar la imagen maternal tradicional de la mujer, ya que su función como madre se veía afectada por su incorporación al trabajo.
            Un ejemplo ilustrativo de esta intención fue lo ocurrido en mayo de 1966, cuando la “Unión de madres”, con el apoyo de la Intendencia de Montevideo, la Policiía y las Fuerzas Armadas, organizó un desfile por la avenida 18 de Julio que terminó en la plaza Independencia entonando el Himno a la Madre. Esta visión conservadora sobre el rol de la mujer se veía reforzada por la idea que se trasmitía sobre la “liberación femenina”. Esta era entendida por los medios de comunicación como una simplificación de las tareas domésticas (que seguía considerándose una actividad propia de las mujeres), manejar un auto, vestir más libremente, pero no conquistas más importantes que significaran una verdadera igualdad con los hombres.
            Las revistas y los programas radiales dedicados a la mujer no la alentaban a cuestionar su situación sino a aceptarla, haciéndole creer que la liberación pasaba por mostrase más sexy o salir a hacer compras. Las revistas uruguayas como “Mundo Uruguayo” y las que llegaban de Argentina, como “Vosotras”, “Para Ti” o “Labores”, insistían en que la mujer debía ser elegante, refinada y tener “glamour”; sus artículos aconsejaban como debía vestirse, elegir un buen marido, cuidar a sus hijos, embellecer el hogar o quitar manchas de la ropa. También se difundieron  “novelas rosa”, fotonovelas y, con la difusión de la televisión,  telenovelas que entretenían al público femenino           con temas que reproducían la imagen de la mujer romántica, sentimental y apasionada, la “mujer-cenicienta” que esperaba  la llegada de su “príncipe azul”.
            El culto a la belleza femenina se observa en la importancia que se le daba a la apariencia física. Se observa esa tendencia en la cantidad y difusión que le daba a los certámenes de belleza donde se elegía una “reina” o “miss”: Miss Uruguay, reina del Carnaval, de las Llamadas, de la Vendimia, de la Juventud, de la Simpatía, de Turismo, de las Azafatas, de la Televisión, de la Cosecha Azucarera, del Girasol y hasta del Maní, como ocurrió en 1951 en Rincón de Tranqueras.
            Las revistas y la televisión mostraban a las estrellas del cine como modelos a imitar en sus peinados, su ropa, etc. Las estadounidenses Marilyn Monroe, Rita Hayworth, Grace Kelly o las europeas Brigitte Bardot, Sofía Loren y Gina Lollobrígida, entre otras, eran referencia en materia de belleza . Por esos años también surgen modelos uruguayas marcando estilos en la apariencia física y en la vestimenta.
            Acompañando los cambios que se daban en otras partes del mundo, en los años sesenta las mujeres uruguayas, especialmente las jóvenes, adoptaron las nuevas modas que implicaban cambios radicales en la vestimenta. No sólo se impusieron las minifaldas (hasta veinte centímetros por encima de la rodilla lo que era una inmoralidad según las señoras de más edad), también se hizo común el uso del pantalón “vaquero” y de los pantalones cortos (hot-pan). Se dejaron de usar las fajas que comprimían la cintura, liberándose los cuerpos. Los bikinis fueron desplazando a las mallas de baño enteras.
            A fines de los sesenta y comienzos de los setenta se hizo sentir la influencia del movimiento hippie en la vestimenta de las jóvenes. Estas usaban sandalias, camisas y vestidos amplios y multicolores, pantalones “pata de elefante”, collares y colgantes de gran tamaño y el cabello largo y suelto o el estilo “afro”. Es en este periodo donde la moda refleja una diferencia muy grande entre los adultos y los jóvenes, y estos podían vestirse como ellos mismos querían y  diferenciarse de sus mayores. Y, como  nunca antes, la vestimenta de hombres y mujeres se parecía tanto a través de la moda “unisex”.
           
LOS ADOLESCENTES: DE LA CONFORMIDAD A LA REBELDÍA
            En los adolescentes de los años 50 no se observan cambios con respecto a décadas anteriores y no se vislumbran las modificaciones de comportamiento que tendrán los adolescentes en los 60.
            Tradicionalmente la adolescencia era concebida como una etapa de transición entre la niñez y la edad adulta, no se vivía como una etapa con vida propia, de ahí que los adolescentes sólo esperaban superarla para ingresar al mundo adulto. De un adolescente sólo se esperaba pasividad y parecerse, en su conducta, cada vez más a sus padres. En la vestimenta no había una forma de vestir que fuera propia de los adolescentes: sólo había ropa para niños o para adultos.
            El ingreso a la etapa adulta se celebraba con un ritual específico para varones y para chicas. En los varones era el derecho a usar pantalones largos, lo cual ya lo habilitaba a “salir solo”. En las chicas era el uso zapatos de taco, medias de nylon y maquillaje. Generalmente las adolescentes usaban estas tres cosas juntas en la “fiesta de quince”, ingreso oficial al rango de “señorita”. Pero luego debía esperar que sus padres le dieran permiso para ir a los bailes, siempre acompañada y poder tener su primer novio. Luego venía el noviazgo con visitas a la casa de la novia en días preestablecidos. La pareja de novios no podía salir sola porque era mal visto, Cuando el noviazgo se había consolidado y los padres de la novia consideraban que el novio era un “buen partido” y los padres del novio confirmaban que la novia era “una chica decente”, venía el compromiso: una ceremonia familiar en la que se hacía el intercambio de anillos y se fijaba la fecha del casamiento.
            Con el casamiento la chica se convertía en señora concluyendo el tránsito hacia la vida adulta, convirtiéndose en esposa fiel, madre cuidadosa y esforzada ama de casa.
            Los varones tenían mayor libertad que las chicas. Aún antes de cumplir los 18 años se les permitía salir con amigos o compañeros de estudio. Con ellos concurriría a un prostíbulo para iniciar su vida sexual y “hacerse hombre”. En algunos casos era el padre el que lo llevaba para “iniciarlo”.
            A comienzos de los sesenta se empiezan a notar cambios que se fueron profundizando en el correr de esa década. El cine y la televisión difundieron nuevas costumbres, formas de vestir y expresarse que se desarrollaban en EEUU o Europa. Las palabras “joven” y “adolescente” aparecieron con más frecuencia en diferentes publicaciones y sus actitudes y problemas comenzaron a estudiarse y ser tema de conversación entre los adultos. Los adolescentes comenzaron a tener espacios propios; se hizo común que se reunieran los fines de semana en casa de un amigo para escuchar música y bailar. El ingreso masivo en Enseñanza Secundaria también les permitió convivir con otros adolescentes e ir formando una cultura propia. Ir al liceo permitía estar más tiempo con compañeros y amigos de la franja etaria y sin el control de los padres.
            Fueron apareciendo formas de vestir y de peinarse que los identificaban. En realidad muchas de las “modas juveniles” fueron creadas en los países desarrollados cuando las empresas vieron a los jóvenes como un potencial mercado de consumo. Así surgieron marcas de vaqueros, discos de música rock, películas y muchos productos para jóvenes. Los adolescentes ignoraban que estaban siendo usados como consumidores y utilizaban esos productos para mostrar sus diferencias con el mundo de los adultos.
            Pero el verdadero choque de generaciones se empezó a notar cuando los jóvenes comenzaron a cuestionar la autoridad y la jerarquía. El acceso a Enseñanza Secundaria les dio un conocimiento que, en la mayoría de los casos, los padres no tenían, lo que les impulsó a cuestionar las “verdades” de los mayores. Por otra parte el estancamiento económico que Uruguay sufría desde mediados de los años 50 estimuló a los jóvenes a cuestionar la política tradicional del país y buscar nuevas formas de organizarse y expresarse políticamente.
            En 1958 se produjeron las primeras manifestaciones estudiantiles cuando los jóvenes salieron a las calles de Montevideo reclamando la aprobación de la Ley Orgánica de la Universidad. Ante la represión policial los jóvenes respondieron con piedras. Era un adelanto de lo que pasaría en la segunda mitad de los años sesenta.
           
            LA REBELIÓN JUVENIL
            A fines de los 60, junto a una cultura juvenil que se expresaba en la música, la literatura, el teatro y la moda, también apareció una fuerte presencia de los jóvenes en la vida política. Se informaban, opinaban y participaban, debatían entre ellos y con los adultos y se daban sus propias formas de organización.
            Entre los años 1967 y 1973 la lucha (a veces violenta) se convirtió en parte de la vida cotidiana de Uruguay. La rebelión estudiantil, el accionar de los tupamaros, las movilizaciones sindicales, la represión de un gobierno autoritario generaron un clima de agitación permanente, donde los jóvenes tuvieron un papel protagónico.
            Las movilizaciones y manifestaciones de estudiantes si bien podían deberse a un reclamo concreto, tenían un objetivo que estaba más allá de una reivindicación específica, Se buscaba la caída del orden social vigente al que se consideraba injusto para sustituirlo por una sociedad donde hubiera justicia social. Con ese objetivo en mente se recurrió frecuentemente a la violencia, considerada como herramienta válida para responder a la “violencia” de un orden social que imponía los cantegriles, el hambre, la desnutrición, etc. Los jóvenes que participaban de los movimientos rebeldes consideraban que la forma de hacer política tradicional estaba agotada, rechazaban el sufragio que, afirmaban “hacía ganar siempre a los mismos” y creían que no se debía esperar más para hacer los cambios.
            Para entender mejor esta situación hay que observar lo que pasaba en el mundo. Los años 60 fueron abundantes en rebeldías y revoluciones que parecían concretar el ideal de un hombre nuevo. Los movimientos de descolonización en Asia y Africa, la revolución cubana, la lucha contra el racismo en EEUU, el mayo francés, el movimiento hippie fueron algunos de los hechos que marcaron a esos jóvenes. Aquellos que estaban más formados intelectualmente leían autores que cuestionaban la realidad y planteaban la necesidad de un cambio radical: Marcusse, Fanon, Harnecker, o el uruguayo Eduardo Galeano.
            Se había formado una “cultura de la revolución” que se puede apreciar en la literatura, el cine y en la música que leían, veían y escuchaban los jóvenes. En el caso de Uruguay los referentes musicales de estos jóvenes rebeldes eran “Los Olimareños”, Daniel Viglietti y Alfredo Zitarroza, entre otros. Vasta con leer el título y la letra de algunas canciones para comprender el entusiasmo que despertaban. Por ejemplo la canción “A desalambrar” de Viglietti planteaba el tema de la reforma agraria y el reparto de tierras, una forma de lograr la igualdad a la que los jóvenes aspiraban. O en “El Chueco Maciel”, también cantada por Viglietti, se expresaba como un joven era “condenado” a la marginación y la delincuencia por una sociedad egoísta.
            Algunos jóvenes se volcaron a la militancia gremial en las asociaciones estudiantiles de Secundaria o de la Universidad, otros, los que ingresaron al mundo del trabajo, en la militancia sindical, y otros en la lucha armada. También los hubo que participaron en los partidos políticos. Especialmente importante fue la militancia de jóvenes en el Frente Amplio creado en 1971 y en el Movimiento Por la Patria del Partido Nacional.
            Las movilizaciones estudiantiles fueron intensas en los años 1968 y 1969. Los motivos originales fueron la rebaja del boleto estudiantil y el reclamo de mayor presupuesto para la Universidad. Pero luego se sumaron nuevos motivos de descontento juvenil: la injerencia del Poder Ejecutivo en la educación violando la autonomía de los entes educativos, las medidas prontas de seguridad implantadas permanentemente por el gobierno de Jorge Pacheco Areco, y la muerte de estudiantes durante las represiones policiales (el caso más emblemático fue el de Liber Arce, el 14 de agosto de 1968). Alrededor de las facultades y otros centros de estudio se formaron barricadas, se lanzaban piedras y “cócteles Molotov” contra la policía, se quemaban neumáticos para interrumpir el tránsito.  En junio de 1969 el gobierno decidió suspender las clases, manejando la excusa de una epidemia de gripe, aunque la verdadera causa era la visita del vicepresidente de EEUU, Nelson Rockefeller, que seguramente iba a generar el rechazo del movimiento estudiantil. La suspensión de clases se reiteró en agosto del siguiente año, pero en este caso fue por el resto del año. También se decidió expulsar de Enseñanza Secundaria a 55 docentes y se hizo perder el año a los alumnos del Instituto de Profesores Artigas.
           

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